La narrativa identitaria del ser tlaxcalteca ha sido una que se ha basado en la historia, sus símbolos y su territorio. Esta narrativa, colonialista e indigenista, se ha plasmado y reproducido por las instituciones una y otra vez, a través de una pedagogía que plantea contar una historia a medias, con héroes y villanos, eufemismos y supuestas alianzas que perpetúan un pasado que no quiere ser comprendido. Lo que ha llevado a una identidad única, arraigada y mítica, plasmada en murales, estatuas y todo aquel patrimonio impuesto.
Sin embargo, ¿Qué tan vigentes siguen siendo estos símbolos? Pues al hablar de Historia, hablamos de la instrumentalización del pasado, de una imposición simbólica en aras de construir una identidad única. Caso contrario el de la memoria, en la cual forjamos identidades diversas y plurales a partir de una relectura del pasado. Es por ello por lo que la memoria es la resistencia de la Historia, una memoria que se presenta en colectividad y que, en Tlaxcala, pese a los múltiples intentos de institucionalización, toma forma de performance y movimiento, a través de la danza en el carnaval.